Entrevista con Ignacio Celorrio, vicepresidente de la CADEU
Luego de que su desarrollo se paralizara “con más temores que fundamentos”, tal como opina el vicepresidente de la Cámara sectorial, Ignacio Celorrio, la actividad uranífera volvió a dar señales de vida en el país.
Quizás no al ritmo deseado, pero hoy la minería uranífera muestra algunos síntomas de reactivación a nivel nacional. Así lo cree Ignacio Celorrio, vicepresidente de la Cámara Argentina de Empresas de Uranio (CADEU) y miembro de la Comisión Directiva de la Cámara Argen-tina de Empresarios Mineros (CAEM).
“Actualmente, la gran mayoría de las compañías privadas siguen explorando y la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) continúa trabajando en sus distintos proyectos. Asimismo, hay razones para ser optimistas en torno al debate por el desarrollo nuclear argentino, que debe buscar consensos para factibilizar el desarrollo de la industria de manera responsable y considerando los intereses de todos”, asegura el especialista en diálogo con este medio.
Según sus palabras, en los últimos tiempos la inversión en exploración de la mayoría de las firmas se ha mantenido o incrementado, y nuevas firmas están redefiniendo proyectos abandonados por otras (una dinámica natural de la dificultad de interpretar geológicamente los proyectos). “Si prima la razonabilidad para atraer y llevar adelante las inversiones que aún faltan, la producción volverá a tener fuente argentina. De ese modo, no se necesitará adquirir la materia prima para el combustible de nuestras centrales nucleares en el exterior, y obtendremos una nueva fuente de ingresos para el país”, resalta.
A decir del directivo, los emprendimientos más prometedores se centran en Mendoza y en la meseta patagónica, particularmente en Chubut. “No obstante, el potencial uranífero argentino incluye todas las provincias recostadas sobre los Andes, desde Jujuy hasta Santa Cruz”, añade.
¿Por qué al sector le cuesta tanto despegar?, preguntamos a Celorrio.
La Argentina lleva décadas de exploraciones y precedentes de explotación, y cuenta con una gran cantidad de expertos reconocidos internacionalmente en este campo.
Lamentablemente, durante mucho tiempo los precios internacionales se combinaron con un esquema regulatorio poco flexible, lo que limitó la inversión en exploración y provocó que se discontinuara la explotación de algunos yacimientos.
Asimismo, la actividad exploratoria es siempre riesgosa, a lo que debe añadirse que los recursos nucleares son sujetos a una mayor regulación pública que los demás minerales, ya sea por causas de seguridad radiológica, por cuestiones de seguridad internacional o por su carácter de insumo para la generación energética.
¿Qué se hizo para revertir la parálisis?
Pese a que los precios internacionales continuaban deprimidos, la Argentina realizó una serie de variantes legislativas que hacían confluir de manera acertada el interés público y el incentivo a la inversión privada.
La sola lectura de los principios que emanan del Título 11 del Código de Minería traza una línea justa entre el interés público de autoabastecimiento y control, sin perjudicar la retribución al capital de riesgo que la inversión precisa, además de acentuar la preservación y restauración del ambiente. En suma, se trata de un marco muy bien ajustado.
Con el tiempo, la preocupación ambiental que generan algunos combustibles fósiles tomó mayor incidencia en relación con el calentamiento global, pero en paralelo las previsiones de necesidades energéticas aumentaron, por lo que la energía nuclear pasó nuevamente a un primer plano: los valores internacionales del uranio subieron rápidamente y la Argentina –con un régimen legal razonable y un potencial uranífero interesante, pero necesitada de numerosas inversiones de exploración– se volvió una de las naciones más atractivas para la inversión pública y privada.
Hasta que la actividad volvió a estancarse…
Así es. Tanto la CNEA, que posee bajo su propiedad minera los proyectos más reconocidos, como más de una decena de compañías dedicadas a la exploración específica uraníferas empezaron a invertir fuertemente en este tipo de proyectos.
Era una cuestión de tiempo para atestiguar el desarrollo de un proyecto o la reactivación de la mina Sierra Pintada. Pero, por desgracia, una vez más se combinaron dos factores que demoraron –con más temores que fundamentos– el desarrollo uranífero del país.
Por un lado, el debate minero local tomó ribetes de tribuna, exageraciones y faltas a la verdad, y fue utilizado como instrumento de sensibilización social por razones totalmente ajenas a la propia actividad. Por otro, las consecuencias del tsunami sobre la planta japonesa de Fukushima introdujeron una discusión de características similares a escala mundial.
Hoy la Argentina posee proyectos exploratorios prácticamente a lo largo de todo su territorio, aunque precisa de mucho trabajo aún hasta definir recursos factibles de explotación. ›|‹